Martos, Jaén.
El Figón es un restaurante situado en la Calle Charcones, disfrutando de una esquina maravillosa donde la temperatura fresca invita a pasar las noches de verano.
Cuenta con un salón comedor interior de gran presencia y una terraza confortable.
Pasamos por allí buscando un sitio para tomarnos unas tapitas y quizás pedir algún plato más contundente para cenar. La terraza estaba completa pero el camarero nos dispuso una mesa nueva y nos sentó de inmediato. Si bien, se olvidó de tomarnos nota de la bebida.
Esperamos un rato a que se acordara de nosotros, ordenamos y esperamos. No tardó demasiado en traernos la bebida, pero la tapa fue un tanto decepcionante: 4 trozos de patata al alioli para dos personas.
Un buen rato después de dar cuenta de nuestras bebidas conseguimos que el camarero (un solo camarero para toda la terraza) pudiese acercarse a tomarnos nota de la siguiente ronda. Creo que no deberíamos haber pedido nuevamente, la siguiente tapa fue más decepcionante aún: dos triangulitos de queso y dos roscos.
Tocaba echar un vistazo a la carta para pedir algo decente si no queríamos salir de allí tal y como nos habíamos sentado. Una gran carta, mucha oferta donde elegir, quizás demasiada: entrantes, pescados, carnes, pastas, pizzas, verduras, revueltos y postres. Los precios no eran aptos para todos los bolsillos tampoco, así que pensamos que sería buena idea fijarnos en cómo salían las raciones y platos para otras mesas antes de decidirnos.
Justo a nuestro lado había una familia sentada, con un chico de 7 años que empezaba a ponerse nervioso porque no venía su pizza. La familia intentaba calmarlo, pero el chico tenía más hambre que paciencia y era difícil. Para colmo, con la última ronda de bebidas que pidieron el camarero olvidó servirles la tapa acompañante, así que tampoco podía engañar al estómago.
Seguimos fijándonos en otras mesas y parecía que el tema era general: la cocina tardaba más de lo deseado.
Cuando la paciencia de la madre del chico también llegaba a su límite increparon al camarero recordándoles que estaban esperando cena, y que el niño debía comer pues hacía rato que había pasado su hora de la cena. Si la comida no llegaba, le dijeron, se irían a otro sitio para que el niño comiese.
Unos 10 minutos después el camarero les llevó algunos de los platos, pero no la pizza. Eran platos para compartir y no les llevó platos individuales ni cubiertos.
Al ver los platos que habían salido y cotejar el precio de los mismos, vimos que no merecía mucho la pena esperar tanto para comer.
Nos levantamos y pagamos dentro, tampoco era plan de esperar a que pudiesen traernos la cuenta visto lo visto.
Se me ocurrió preguntar al encargado si la cocina siempre se encontraba tan saturada o si había sido casualidad, pues queríamos haber cenado pero visto la tardanza era mejor irnos. El encargado nos dijo que solía ser así.
Por tanto, resumo: buen ambiente, buena presencia, buen trato, pero el servicio está corto: un solo camarero no da para toda la terraza y la cocina es demasiado lenta (deberían plantearse ampliar la cocina o contratar más cocineros). La comida que salía no tenía mala pinta, pero quizás sea para bolsillos más holgados.
Definitivamente no es un lugar para ir a tapear únicamente, hay que pedir si quieres comer, y hay que llevar más paciencia que hambre!.
Aún así, supongo que le daremos otra oportunidad algún otro día.
Esperamos que la siguiente impresión sea mejor!.
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